jueves, 22 de febrero de 2007

De tocatas, bares y demases


Pocas cosas iluminan tanto la gravedad de una situación como conocer realidades similares en las que esa situación es diferente; tan patentes se hacen las carencias cuando nos enfrentamos a la abundancia de otros, en este caso, de otra ciudad. Y es que la experencia de haber tocado dos veces en Valparaíso en los últimos meses, comparando cómo se hacen las cosas allá con la manera santiaguina de producir shows en vivo under, se hace siempre gratísima, pero con un tinte ingrato: constatar, una vez más, la pequeñez mental de la inmensa mayoría de los productores y similares de los bares y pubs de la capital.
Un par de ejemplos pueden ilustrar muy bien mi punto. Trakto, mi banda, consiguió a fines del año pasado una fecha en El Huevo, un ya legendario lugar en Valparaíso, equivalente en notoriedad y en "fama" a La Batuta, para muchos "el lugar" donde tocar allá. Nunca he tocado en condiciones mejores en mi vida, y no he tocado poco. Excelente sonido, buena onda, gente dispuesta a celebrar la música, productores capaces, preocupados de las bandas, de la calidad de los equipos, etc. Cosas mínimas, dirá el o la lectora. Ante la más pura lógica, así debiera ser siempre: que el trabajo de los que producen tocatas sea, al menos, homologable al esfuerzo, dedicación, empeño y cuidado por los detalles que significa llevar una banda, formarla, ensayar, componer, etc. La pura lógica indica que, además, una banda siempre lleva gente, y esa gente puede llevar más gente, y consumirán en el bar, dejarán dinero en las registradoras y recomendarán dicho establecimiento a sus amigos y conocidos. Las bandas, felices, también, como es lógico (y es un poco lo que hice hace unas frases atrás), elogiarán la calidad de la producción, llenarán de flores merecidas al local y a su gente, lo que significará que más bandas irán a tocar, duplicando la dinámica anterior: llevar gente, gente comprando, bar ganando. La pura lógica indica, además, que si uno lleva un bar con música en vivo, cuyo valor agregado en el mercado es precisamente ése, le dará una importancia prioritaria a quienes en último término hacen posible tal cosa: los músicos. Toda la lógica anterior, en Valparaíso, sea en El Huevo, local grande y con recursos, sea en otros (como el que visitamos anoche con mi banda) de perfil un poco más bajo, se sigue a la perfección. Todos felices, todos bien, todos ganamos, banda, bar, público y, finalmente, la escena y el negocio por igual.
Y luego uno se acuerda de que en Santiago esta lógica no se da. Casi en ninguno de sus puntos. Hay muchos, muchos bares, por ejemplo, que no tienen sonidista (pero atraen a su público con la música en vivo). Hay bares dónde no hay micrófonos ni amplificación, que es como pedirle a alguien que acuda a una cancha de fútbol a jugar, pero que lleve su propio arco. Hay bares que no pagan ni en cerveza el trabajo de la banda y, los peores, muchos que cobran por tocar. Sí. Cobran. Las bandas tenemos que pagar por llevar gente a que gaste dinero en un bar. Y no hablemos de centros de eventos ni lugares en los cuales, por último, uno diga "bueno, estamos pagando, pero el sonido es de lujo, el escenario es bueno, es plata bien pagada". Es como pagar un arriendo por una casa llena de grietas y sin techo. A cualquiera indignaría tal trato. Así es nuestra capital, tan dada a creerse el centro de la cultura under nacional, ciudad rockera, según muchos, solamente por una cosa de que a las radios y diarios les sale más barato cubrir los pocos eventos buenos de nivel under acá que en otro lado. Señores, o sea, Valparaíso nos lleva la ventaja por mucho en escena, por el sencillo motivo de que allá a las bandas se las trata bien, al público se lo considera y se tiene total conciencia de que en la medida que los shows son bien producidos, la gente vuelve. En Santiago nada de eso. Los pocos locales que no cobran por tocar, se sienten dueños del mundo, y esperan que cada banda adopte actitudes genuflexas, si no, no tocas acá.
Las comparaciones que podría seguir haciendo darían para una encíclica, pero la idea es esa. Así que la próxima vez que vaya a una tocata, y suene mal, piense que eso es lo que hay. Porque el bar donde usted está gastando su dinero no quiere que ud. disfrute de un buen show. No le eche la culpa a la banda (salvo cuando esta la tenga notoriamente, claro está). Y por favor, créame, cuando uno pasa un día de aquellos, cargando los equipos, desembolsando plata y luchando contra sonidistas horrendos y sordos, cuando los hay, por Dios que se se agradece cuando la gente aplaude, vacila y expresa su emoción. Realmente sana el alma. No cuesta nada aplaudir, entusiasmarse, dar un poco de cariño a quienes están allá arriba. Piense que su aplauso hace tolerable todo el mierdal. Gracias.

sábado, 17 de febrero de 2007

Manito de Gato

Tanto no podía ser. Palabras Simples se pegó un upgrade y se cambió a la versión nueva de blogger. Porque renovarse es bueno. Esperoque me funcione bien. Si las cosas andan poco pulcras en estas semanas (letras raras, fealdades de formato, lo que sea, incosistencia de fuentes o tipos de letra) comprenderán que es un período de ajuste para su servidor. En estos días mi cabeza está llena de ideas, algunas, para ser comentadas más adelante, otras, incipientes semillas de creación. En el potencial está el poder. Un abrazo. Bienvenidos a la nueva versión, o al largo camino hacia la nueva versión, de Palabras Simples

miércoles, 14 de febrero de 2007

Regreso


Restituir el alma no cuesta nada. A veces es solo cosa de juntar ánimo, voluntad y algo de suerte. Es salir de tu ciudad, de tu mundo, para asomarte a otro, rico y vasto, muy diferente, lleno de nuevos sabores y colores, de nuevos aromas, de nuevas formas. Nuevas para ti, claro, pues justamente son tan ricas en significado por ser fruto de décadas de refinamiento, como un buen vino, como una buena novela. Entonces te das cuenta de que descartar es un verbo feo, prejuiciar es peor y negarse o cerrarse a las experiencias, peor. Verbos que no dejan vivir, aunque tal vez sobrevivir. Conocer otras personas, otras realidades, caminos laterales, pasajes secretos. Enamorarse de un lugar es frase manoseada y todos creemos que nos ha pasado muchas veces. Sin embargo te das cuenta, ahi, frente al mar, en la altura de un cerro, al borde de una escalera hecha arte y vitrina, que no te habías enamorado de ningún lugar antes. Una cosa es ser visitante, otra distinta es ser incluído en la vida de una ciudad desde dentro, desde los que la viven, no desde los que la venden. Dos ciudades hermanas que me acunaron algo menos de una semana y una familia que se queda con un pedazo mío, pase lo que pase, wathever the odds. Y Ella guiándome, de la mano, a través de toda esa magia. Vuelves renovado, con un mapa mental mucho más amplio, pero no en rutas e hitos, sino en vida, profunda sangre de las ciudades, sustancia intangible de eso que algunos llaman Dios y que llega de todos lados, por todas partes, y se queda para siempre.