viernes, 11 de julio de 2008

Quiero ser turista



Como todo aburre tras un uso constante y como la variedad es la sal, la pimienta, el condimento mismo de la vida, hemos decidido cambiar la fuente de nuestro ya viejo Palabras Simples, acorde a un tono más ceremonial. ¿Significa aquello que adoptaremos un tono más ceremonial, menos acaballado e impetuoso? El día del... digo, por ningún motivo.
Pero a lo que quería expresar en esta entrada. Hoy fuimos con Ella(s) y mi madre, por invitación generosa de la última, a almorzar al tradicional y dadivoso Mercado Central. Somos bastante asiduos y amantes de los productos marinos, los pescados, los mariscos y la limitada pero sabrosísima gastronomía marina chilena, que hace tanta burrada notable (freír una reineta y ponerle papas frías con mayonesa es una idiotez, pero es demasiado genial), y nuestra natural disposición, por separado, hacia tal gusto al comer se potencia mucho a la hora de juntarnos los tres, sobretodo tras el último verano y el magnífico y espiritual viaje a Coquimbo. Sea pues, nos instalamos en un restorán de corte fino, recomendado por mi santa madre. Solo entrar, nos dimos cuenta de que el establecimiento pertenecía a una clase aparte: pantallas digitales con menú al toque servían de libretas para las cuentas y el diseño y decoración perfectamente incorporada al pie forzado del muro de ladrillo original del gran Mercado y las rejas verdes que presentan todos sus locales, nos indicaban que era lugar de turistas. En efecto, lo era. Sentados en la mesa al lado nuestro, había una familia de brasileros. Otra pareja, también del pais mais grande do mundo, gozaba de la mesa del otro lado y, para no ser menos, atrás nuestro otra familia brasilera almorzaba y era atendida. Más al fondo, una numerosa comitiva estadounidense. Un pequeño ejército de mozos atacó cada uno una mesa, y, para nuestra sorpresa, hablando en sus respectivos idiomas a los comensales. Les dieron la bienvenida y comenzó, en cada una de las mesas, el rito clásico y hermoso de ir eligiendo los platos, las bebidas, los tragos. A todos se los atendió con una hermosa sonrisa, llevando al extremo el esfuerzo de la cordialidad y la deferencia, entrenado el oído para las inflexiones particulares de cada comensal extranjero. Nosotros, por nuestra parte, fuimos atendidos con harta menos ceremonia, aunque de buen modo. Todos los mozos se turnaban para atender de inmediato a las mesas extranjeras, gozando de buen grado con las bromas y las mil minucias de sus clientes. Nosotros, en cambio, comimos en paz.
El evento, el evento, de la jornada, entonces, tuvo lugar: la pareja de brasileros pidió una centolla.
Dicho así no suena para nada espectacular, pero pedir una centolla en un restorán marítimo de corte fino y de inclinación turística no sólo significan 50 mil pesos en las arcas del establecimiento - si se lo pregunta usted, pues sí, "la hueá es dióro" - sino que toda una ceremonia en la que, quiéralo usted o no, exponen el espécimen a sus compradores y, provistos de las herramientas y una pequeña mesita lateral, van de a poco desmembrando al animal y poniendo los manjares de sus patas y demases con servicial gesto en la mesa, a disposición del comensal, mientras van anunciando las virtudes de la carne de centolla y las particularidades de su preparación, a un tiempo fijando la imagen de un establecimiento de primera categoría y haciendo sentir a los clientes como los auténticos reyes de la jornada. Sonrisas por doquier, batahola festiva y una atención de primera.
Visto esto, me di cuenta que me encantaría vivir como turista, que todos se esfuercen en hablarme en mi idioma, que todos me sonrían, que todos busquen agradarme. Que todos me presten la más atenta de las deferencias. Que el esmero y la genuina atención a los detalles sea la tónica de la atención dondequiera que vaya. Que busquen con ímpetu solucionar el más mínimo de mis problemas en cuanto estos se presentan y que me muestren las mejores caras de sus ciudades, de sus barrios, de sus locales. Que me amen por el simple hecho de venir de afuera, que incluso me prefieran al nativo. Me encantaría vivir como turista, y ojalá ser turista en Chile. Debe ser bastante similar a ser parte de la realeza.
Un saludo cordial a todos.
Nos vemos por ahí, de turistas, disfrutando un viaje. En el fondo, tengo puras ganas de viajar.

martes, 8 de julio de 2008

¿Otra Vez?


Lo malo es que ya es cuento viejo.
Lo malo es que es herramienta desprovista ya de toda validez.
Lo malo es que siempre dicen que no habrá violencia, y hay violencia.
Lo malo es que aburre ver siempre lo mismo, las mismas diatribas y nada de propuesta.

Lo malo es que tiran piedras que ninguna idea expresan. Ninguna. En serio.

Lo malo es que, al parecer, siempre será igual.