El día del joven combatiente, así, con minúsculas, es uno de los más recientes inventos para justificar el vandalismo, la violencia callejera y toda la seguidilla de sinsentidos que generan las “jornadas de manifestaciones” (si eso no es bajarle el perfil, señor ministro, qué quiere que le diga) Su base, por así decirlo, o el hito que celebra tal “efeméride” es el brutal y cruel asesinato de dos hermanos - los Vergara Toledo - durante una manifestación, a manos de cuatro carabineros, hoy procesados. Dicho así, claro, está muy bien recordar a los hermanos asesinados, condenar, sin duda, el exceso de los efectivos policiales y, por cierto, repudiar la violencia excesiva a la que pueden llegar algunos en el fragor del combate.
Algunos años después, resulta que la memoria de los asesinados es tomada como excusa poética y moral para el más puro e imbécil de los vandalismos. Porque, sepamos, los encapuchados de hoy poco y nada tienen que ver con los verdaderos combatientes del pasado. Es más, el país y las problemáticas sociales no tienen nada que ver con las del pasado. Hoy golpear a un carabinero es un fin en sí mismo, tirar la molotov ya no es la expresión de un pueblo brutalizado, oprimido y asesinado que toma los pocos recursos y toda la desesperación y la mete en una botella, transformándola no sólo en una muy poco eficiente bomba incendiaria, sino también en un símbolo. El símbolo del que no se deja aplastar, que cae peleando, con los dientes apretados y los puños en alto. Esa noche, su familia tal vez durmió tranquila porque la redada policial no se llevó a nadie injustamente, no hubo horror ni abuso gracias a los combatientes que repelieron la “barrida”. Hoy la cosa es distinta y todos lo sabemos, pero en la era de la salchicha y los deportes extremos, la adrenalina de huir de una bomba lacrimógena recién disparada supera la lógica, la base, la historia. Nadie sabe quién murió ni porqué se conmemora el famoso día del joven combatiente. Hoy los escolares, también perdido el rumbo, malgastada toda la energía y la potente aventura del año pasado, se juntan a hueviar, a bailar y cantar al son del disturbio. Iba por el Paseo Ahumada y pasó una turbamulta de escolares, jugando al encapuchado. Desde lejos se veían venir, se escuchaba un clamor de voces y se veían manos alzándose a los cielos rítmicamente. Al acercarse más al lugar donde me encontraba, se comienzan a distinguir los cánticos. Y los hermanos Vergara Toledo dieron una voltereta en sus tumbas. Y la lucha fue arrastrada por el culo de la idiotez imperante hoy en nuestra tierra. Y di vuelta la cara, casi al borde de la carcajada más amarga. El cántico era de la garra blanca, la barra brava de Colo - Colo. Contra