La idea es comentar lo que, a mi juicio, han sido los mejores discos del año. Forzosamente, en virtud del tiempo y el espacio, pero también para que el tema no se torne repetido y aburrido para quien lea, me remitiré a 3 discos, uno por vez. Los criterios para mi ranking son absolutamente personales, subjetivos y, por lo tanto, como todo juicio personal y subjetivo, a un tiempo indiscutible y abierto a debate. Las paradojas. Así que comenzaré este, el Ranking Simple, con una joyita de principios de año, el esperadísimo y tantas veces dilatado regreso de Tool con el único de sus discos que no tiene por nombre una sóla palabra: 10,000 days.
Al Principio, el disco contiene los mismos elementos que hacen de Tool una banda que piensa el rock desde una vereda que no sabíamos que existía, que mira la música desde un prisma totalmente original, único, fuera de toda etiqueta, estilo o clasificación estrecha de canales musicales (¿se dan cuenta que Tool ya no sale en MTV?) Tanto es así, que pese a lo demoledor del disco, su primera escucha puede engañar al oyente y llevarlo a pensar "ah, esto es Tool haciendo más de lo mismo". Pero en escuchas posteriores, el riff inicial con el bajo afilado tan característico y los tambores a medio camino entre el metal y los rituales hindú, se empieza a presentar como un crisol de posibilidades inexploradas de cortes rítmicos, mezclas casi jazzeras de contratempos, dentro de una simpleza armónica que, justamente por simple, adquiere una familiar sensación de "muralla": empezar a escuchar este disco es chocar de frente con un muro macizo, pero lleno de colores, de detalles, como un inexpugnable pucará con torres góticas, variedad en la unidad y unidad en la variedad. Y es ahí donde 10,000 days triunfa. Cada track presenta, al mismo tiempo, matices que, si se tomaran por separado, sonarían como choclos con mermelada o lechugas con manjar (dulce de leche): si uno separa cada parte del disco, más en éste que en ningún otro disco de Tool, se encontraría con elementos incluso desagradables: un bajo excesivamente pasado por pedales y uñeteado, una guitarra muy fantasmal y simple, una batería demasiado híbrida y "complejista" y un vocalista apasionado, sí, pero con limitantes de registro y bla, bla, bla. La gracia de la banda y del disco en general es que el conjunto es demoledor. El conjunto es como una herramienta - para jugar con lo onomástico - perfecta donde cada parte encaja con el resto, haciendo del todo algo mucho más grande y perfecto que la suma de las partes. Mención especialísima como una de las canciones del año, por ser además una de las mejores de esta excelente banda, quizás la mejor, me atrevería a decir, el track The Pot, una de las canciones mas "canción" de Tool, más estructurada y alejada de tediosas experimentaciones, pero con el sello distintivo que una banda que nos hizo esperar desde el 2001, siempre al borde de la desaparición, pero que nos regaló un discazo de esos que justifican cualquier ausencia, cualquier exceso y cualquier licencia. Si es el último de Tool, muy pocos lloraríamos, no por la banda, si no porque, escuchando 10,000 days, estamos frente a la obra maestra de la carrera de Tool. Y eso, mis amigos, es suficiente motivo para que lo escuchen ya mismo.
Al Principio, el disco contiene los mismos elementos que hacen de Tool una banda que piensa el rock desde una vereda que no sabíamos que existía, que mira la música desde un prisma totalmente original, único, fuera de toda etiqueta, estilo o clasificación estrecha de canales musicales (¿se dan cuenta que Tool ya no sale en MTV?) Tanto es así, que pese a lo demoledor del disco, su primera escucha puede engañar al oyente y llevarlo a pensar "ah, esto es Tool haciendo más de lo mismo". Pero en escuchas posteriores, el riff inicial con el bajo afilado tan característico y los tambores a medio camino entre el metal y los rituales hindú, se empieza a presentar como un crisol de posibilidades inexploradas de cortes rítmicos, mezclas casi jazzeras de contratempos, dentro de una simpleza armónica que, justamente por simple, adquiere una familiar sensación de "muralla": empezar a escuchar este disco es chocar de frente con un muro macizo, pero lleno de colores, de detalles, como un inexpugnable pucará con torres góticas, variedad en la unidad y unidad en la variedad. Y es ahí donde 10,000 days triunfa. Cada track presenta, al mismo tiempo, matices que, si se tomaran por separado, sonarían como choclos con mermelada o lechugas con manjar (dulce de leche): si uno separa cada parte del disco, más en éste que en ningún otro disco de Tool, se encontraría con elementos incluso desagradables: un bajo excesivamente pasado por pedales y uñeteado, una guitarra muy fantasmal y simple, una batería demasiado híbrida y "complejista" y un vocalista apasionado, sí, pero con limitantes de registro y bla, bla, bla. La gracia de la banda y del disco en general es que el conjunto es demoledor. El conjunto es como una herramienta - para jugar con lo onomástico - perfecta donde cada parte encaja con el resto, haciendo del todo algo mucho más grande y perfecto que la suma de las partes. Mención especialísima como una de las canciones del año, por ser además una de las mejores de esta excelente banda, quizás la mejor, me atrevería a decir, el track The Pot, una de las canciones mas "canción" de Tool, más estructurada y alejada de tediosas experimentaciones, pero con el sello distintivo que una banda que nos hizo esperar desde el 2001, siempre al borde de la desaparición, pero que nos regaló un discazo de esos que justifican cualquier ausencia, cualquier exceso y cualquier licencia. Si es el último de Tool, muy pocos lloraríamos, no por la banda, si no porque, escuchando 10,000 days, estamos frente a la obra maestra de la carrera de Tool. Y eso, mis amigos, es suficiente motivo para que lo escuchen ya mismo.
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