martes, 2 de octubre de 2007

Amanecer en el desierto

Las voces, tras algunas horas de camino, continuaban en su volumen estentóreo, festivo, ritual. Al son de improvisados brindis, respirando el humo persistente salido de bocas sonrientes y delirantes, me venció el cansancio y decidí dormir, por segunda vez. Todo destino, cada milímetro de asfalto, cada arbusto exiguo, cada sombra nocturna de alguna caseta de guardia, de una cerca, de algún improbable negocio familiar de pan amasado, eran nuevos; cada minuto, una desconocida impresión de aquel tiempo en un espacio que me era totalmente ajeno. La fiesta, allá atrás, continuaba sin bajar un ápice su intenso salvajismo. El sonido confuso, cada vez más apañado por las brumas de la duermevela y finalmente, casi sin darme cuenta, me dormí. Desperté de a poco, con calambres en todo el cuerpo por la posición fija de espalda erguida y piernas flexionadas. Una luminosidad clara, diáfana, me abrió los ojos gentilmente. La inmensidad de arena, piedras y cerros, comenzó a iluminarse de a poco, recibiendo los primeros intentos del día contra la densa, fría oscuridad del desierto. El movimiento del vehículo donde todos nos hallábamos generaba una visión conmovodera y a ratos angustiante de repetición caótica, improvisada, como un jazz geológico, del paisaje. Cerros, arena, piedras, cerros, piedras, arena, piedras, arena, cerros y todas las otras combinaciones posibles. El sol me saludó de a poco, mostrando gradualmente esa tierra hecha de su luz, de su poder, el sol saludaba al solitario bus y por las enormes ventanas nos susurraba profundo "Despierten, viajeros, a éste, mi reino. Porque esta es mi tierra, mi manto cubre las piedras, mi sed las arenas, mi fuerza los cerros"... mis ojos se perdieron en el aparente infinito. Cuando el cielo estuvo azul, fue un azul desconocido, un azul sin vapores, claro como la mirada del mismo sol, ya reinando, ya en su trono allá en lo alto...

2 comentarios:

David dijo...

Recuerdo un diálogo que tuve con un lugareño en San Pedro de Atacama. Me decía: "El desierto es puro. Acá uno se puede quedar y no le pasa nada. Acá uno se muere y se muere tranquilo no más y no viene ni una hormiga ni un animal y ahí se quedan los huesitos. Yo una vez fui al sur y allá está lleno de animales, lleno de bichos que a uno se lo comen. Allá uno no se puede ni morir tranquilo"



P.S: Con el sur se refería a Vallenar, creo.

BigFella dijo...

notable, sencillamente notable