miércoles, 27 de septiembre de 2006

El Derecho de Vivir en Paz


No soy de la generación de McDonalds ni crecí en la absoluta bendición de la ignorancia respecto del golpe. No pertenezco a la casta que puede darse el lujo de no pensar y mirar la realidad con el prisma único y estrecho de MTV y sus realities de moda. No soy un engendro tecno-biológico que dependa de los medios técnicos para llevar una vida - no digo plena, una vida a secas - como muchos de los adolescentes actuales. No logro despegarme de las noticias. No soy capaz de ignorar los grandes temas, o como quieran llamarlos, y realmente me declaro un completo adicto, enamorado narcisamente, tal vez, de mi propia capacidad de análisis. Muchas veces, como todos, me conduzco a error. Sin embargo, me jacto de pegarle un par de mascadas más de las necesarias a algunas realidades. Sumemos lo anterior a una falta de paciencia hereditaria, un espíritu algo rebelde que reacciona, en primer lugar y automáticamente, con el rechazo ante cualquier forma de autoridad, en lo personal, claro (no soy anarquista porque tienen jefes). Sería comprensible que, en algun momento de mi vida, haya podido apoyar plenamente cada movimiento de protesta o sea, qué diablos, soy hijo de La Protesta. Pero lo de la foto es impresentable. Los mismos que lloran los misiles en La Moneda resulta que ahora le tiran molotovs. Cierto, no son los mismos, pero lo grave es que dicen serlo. Se abogan los significados de las legítimas luchas contra cierto poder, se apropian de sus marchas, de sus reivindicaciones, y, lo peor, lo hacen al peo, sin argumentos sólidos, sin substancia, sin ninguna clase de contenido. Y como la violencia gratuita es el argumento del débil (y con débil no señalo al que no detenta al poder sino al que no detenta capacidad e inteligencia contra el poder) vayan pidras a librerías, vayan saqueos, vayan postes de la luz rotos, vayan ataques a buses llenos de pasajeros, a los automóviles, ojalá, para que el transehúnte que se salve de la molotov, llore a gritos y se ahogue con las lacrimógenas de los carabineros. Como la violencia gratuita es el argumento del débil, un par de idiotas - no creo en la confederación de anarquistas internacionales, señor Intendente - no hallaron nada mejor que re-editar el argumento del derrocador de Allende, tirar un explosivo (a menor escala, lógico) al palacio de gobierno y ojalá quemarlo, a la usanza golpista y, lo más curioso, ¡¡¡Durante una marcha en honor a Allende!!! Celebremos la memoria de un presidente muerto en un bombardeo a La Moneda mediante una bomba incendiaria en La Moneda. No creo ser el único ni que seamos pocos los que lo encontramos una ridiculez. Ahora no se puede marchar cerca del palacio de gobierno. Homenajes notables como el de Lagos en Morandé 80 no podrán ocurrir nunca más. Las glorias deportivas, probablemente, si se vuelven a producir, no congregarán multitudes a las afueras del centro del gobierno. Por culpa de una Molotov. Por culpa de esa minoría que, cuando llega a su casa, tras el ataque, celebra. Se toma unos vinos. Alguno toma la guitarra. Se acuerdan de Víctor Jara. Y cantan, a voz en cuello, "El Derecho de Vivir en Paz".

3 comentarios:

BigFella dijo...
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Paula dijo...

Es un mal latinoamericano, o sudamericano si se quiere, o sur-sudamericano.. (argentina, chile)... Constantemente sucede lo mismo por estos lares... es vergonzoso, pero mas que analizar y exteriorizarse en contra no creo que podamos hacer por el momento.
Besos

Little_Fairy dijo...

Yo creo que una de las cosas más graves dentro de este asunto es que a muchos de nosotros, los espectadores del mundo, éstos fenómenos no nos sorprenden. Pero también yo voy más allá de eso, sobre el tema de la involución intelectual, que la inconsecuencia sea un mal en expansión. Y llegamos a estas imágenes y sucesos.

Me pregunto si existe límite dentro de ésto y sino, hasta dónde podemos llegar en la no-reflexión de las cosas. ¿Qué pasa con la acción del ser humano y las motivaciones cuando no existe una base que lo sostenga?